¿Veraneamos o vacacionamos en La Serena?
- Christian Aguilera
- 11 feb
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 28 mar

Muy atrás en la memoria quedaron esas imágenes de una ciudad adormilada, de tranquilos paseos solitarios por la playa durante el verano, de arenas grises que invitaban a retozar tardes enteras a contadas familias que llegaba a disfrutar de “nuestro mar que tranquilo nos baña”.
A partir de principios de la década de los noventa, La Serena se enfrenta a un fenómeno que solo pocas y afortunadas comunidades habían vivido; un fenómeno arrollador y del que se esperaba fuese motor de avance, vela y timón para el anhelado desarrollo. Es así como en forma espontánea nace en la comuna una actividad hasta entonces observada desde lejos y con recelo por los inversionistas locales; una actividad que ha revolucionado los aspectos generales y particulares de la vida serenense. En forma evidente esa actividad es el Turismo.
Gran nombre, grandes apelativos, grandes proyecciones, gran cantidad de mano de obra ocupada, grandes avances, grandes sumas de inversión y visitantes, todo grandioso. Pero en el otro extremo gran desorden, debilidades en la infraestructura, grandes precios, gran contaminación de todo orden, grandes efectos ocultos.
Sin lugar a dudas es posible encontrar una serie de factores que amenazan seriamente el potencial de desarrollo que presenta la Región de Coquimbo y que, hasta el momento, no han sido tomados en serio, ni siquiera en consideración por quienes llevan en sus hombros las tareas estratégicas de esta actividad. A ojo de buen entendedor, muchas de las labores desarrolladas llenas de buenas intenciones y de palabras de buena crianza, no dejan de ser aislados y pintorescos que no hacen más que abrir nuevamente la herida que significa la incapacidad del “todo” para hacer “uno” el esfuerzo de las partes.
Pero ¿por qué?, preguntarán algunos con incredulidad. ¿Por qué tan malos augurios si el paso ha sido tan seguro? La respuesta la da la experiencia y el sentido común.
Se ha permanecido en una especie de “animación suspendida”, en donde se espera que al final de un largo recorrido las cosas se desarrollen y potencien por generación espontánea. Se llega afirmar con un fuerte convencimiento que lo que hacemos es lo correcto y esto no es otra cosa que satisfacer las necesidades de los turistas que cada año nos visitan.
Grandes soluciones en cuanto a la forma, pero ¿en dónde radica el fondo de ellas?, ¿en Sernatur, las municipalidades, los hoteleros, las agencias de viaje o en cuanta insólita organización promotora del turismo se ha inventado?
La realidad del turismo regional se circunscribe solamente a depender de 60 días de actividad, salpicados por pequeños “sándwichs” en algunas épocas del año. En terminología técnica, existe una nula diversificación de los productos ofrecidos, provocando un estancamiento de la demanda por el igualmente nulo mercado que se genera. La cartera de productos turísticos regionales carece de un plus entregado por la interacción con la oferta actual. El sector público aborda el tema del turismo con la esperanza que el sector privado de los primeros pasos, vislumbrando potencialidades muchas veces sobredimensionadas, creando expectativas monumentales en localidades que luego, al no percibir lo previsto, cran anticuerpos contra una actividad de la que solo se les dijo una parte, y no se les mostró la cara oculta de la moneda.
Por su parte, el sector privado vive esperando la intervención de un sector público estático por orden burocrática, por la que toda intención es como el esfuerzo del perro por perseguir su propia cola.
Lamentablemente nuestra zona aún no se ha dado cuenta conscientemente del enorme potencial que encierra entre quebradas y acantilados, entre cerros y el desierto; potencial que es rebajado por la acción cortoplacista de actores aficionados que se creen dueños de una verdad no más amplia que sus narices. Solo cuando se logre comprender que las mejores ideas no son las que se importan, aun con las mejores intenciones, desde realidades foráneas que distan bastante de las propias. Mientras tanto, ideas que son consideradas en estos momentos como descabelladas o impropias por tratar de reflejar lo que en realidad somos, son las que podrán sustentar una actividad como el turismo en el futuro.
¿Por qué vender a La Serena como el vergel subtropical del norte chileno, ofreciendo sol, playas cálidas y hasta palmeras, cuando sabemos perfectamente que el astro rey es esquivo por largas temporadas en nuestro terruño?
Como señalaba mi profesor, ¡No os engañéis queridos feligreses! El turismo no es solo placer, lujo y motos de agua; no es sólo museos y copias de observatorios; no es solo el “bay watch” criollo.
Consideremos que el mayor crecimiento turístico en zonas como la nuestra no está dado por el “veraneo”, sino más bien por los productos y actividades dispuestas para satisfacer necesidades especiales o alternativas, durante todo el año.
Tenemos una cordillera privilegiada, pueblos pintorescos de gran historia y tradición, aguas termales, flora y fauna endémica (algo mal conservada, pero aún queda), y un recurso que aun nadie ha terminado por descubrir: SU GENTE. Todo este collage hace que aun exista confianza en esta actividad.
Nuevamente a ojo de buen lector, esto parece ser una radiografía en la cual se observan aspectos negativos y pesimistas; a ojo de buen crítico es el diagnóstico de una actividad que tiene ganas de recuperarse, y donde su cura radica en dejar de depender de agüitas de monte, ungüentos, cataplasmas, ventosas y toda suerte de remedios caseros.
Ojalá logremos comprender que el turismo es más que hoteles, playas, restaurantes y cifras estadísticas halagüeñas; es un estilo de vida cada vez más necesario a través del cual usted y yo podemos satisfacer nuestro tan natural deseo de pagar por un buen descanso y una inolvidable experiencia.
Es necesario que los actores involucrados entreguen señales claras y sólidas respecto de la verdadera intención y motivación; dichas señales deben generar confianza, esperanza y certeza que los caminos asumidos son los correctos y que nos permitan dejar de depender de las ya consabidas bondades del verano serenense.
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