¿Cómo pueden los líderes conectar con la ciudadanía?
- Christian Aguilera

- 17 sept
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 14 oct

Hablar hoy de lo que sucede en nuestro país es un asunto complejo por varias razones, pues lo que prima son más bien ambientes que no están fomentando y privilegiando el diálogo, desde un sector u otro, desde una posición u otra, desde la lógica del atrincheramiento ideológico.
Lo cierto es que existe un consenso relativamente claro que urgen cambios sociales, institucionales y políticos; pero igualmente es cierto que es necesario empezar a distinguir aquello que es urgente y aquello que es prioritario e importante en distintos espacios temporales.
Porfiadamente aún resuena en calles y redes sociales que por más de 30 años nuestro país ha sido testigo de abusos de toda clase, y hoy por hoy, millones de dedos siguen apuntando principalmente a la clase política, que para bien o mal son los depositarios de nuestra alicaída y fragmentada democracia representativa.
Puede aquí aparecer una opinión muy impopular, puesto que a todos los ciudadanos nos cabe una cuota de mayor o menor responsabilidad en
lo que hoy justamente criticamos: simplificamos la ecuación a su mínima expresión y como de costumbre le echamos la culpa “al chancho”. Pero hay de recordar amargamente que hemos sido nosotros quienes sobrealimentamos a quienes hoy evidencian abiertamente su incapacidad e incompetencia para resolver los problemas que aquejan a nuestro país.
Hasta que no seamos capaces de crear o inventar algo distinto, y pese a que nos guste más o menos, tendremos que seguir eligiendo a nuestros líderes y representantes en todas las instancias del quehacer político, social y/o institucional. Es justamente aquí donde nace un espacio que es importante y trascendente, pero quizás no urgente: consensuar un orden lógico y racional que nos permita definir el nuevo perfil de quienes aspirarán a representarnos en distintos cargos de elección.
Entonces ¿Cuáles serían estos nuevos perfiles que se aproximen medianamente a interpretar y representar las legítimas aspiraciones dada la nueva realidad que estamos construyendo? ¿Cuál será entonces el papel que estos nuevos liderazgos deberán jugar a la hora de encontrar ese esquivo respaldo de la mayoría de la ciudadanía?
Preguntas que obviamente en esta actual coyuntura parecieran ser extemporáneas, pero que sin dudas cobrarán importancia en la medida que los acontecimientos se encaucen por una vertiente u otra.
Parecería ser de toda lógica que los acuerdos y convenciones sociales que emanarán producto de esta tensión, incorporen de parte de toda la ciudadanía una suerte de “decálogo” (en todo nivel) que nos permita tener una nueva hoja de ruta, que incorpore aquellos atributos, aptitudes, actitudes, principios y valores inherentes a todos aquellos que pretendan aspirar a conducir y canalizar adecuadamente esta nueva realidad que día a día estamos construyendo.
En mi opinión, frente a una ciudadanía desgastada y defraudada, cabe oportuno ir avanzado para trazar lineamientos sociales que nos permitan atender, a través de estos actores, un principio abstracto e intangible que forma parte de una voluntad común, la que debe buscar una identidad entre representantes y representados.
Más temprano que tarde, los nuevos escenarios políticos re-configurarán para siempre los lazos entre ciudadanía y poder, y por cierto la naturaleza de éstos, acercándonos más a liderazgos que representen esta vez la “democracia de lo público” versus al actual modelo que interpreta la “democracia de los partidos”.
Después de la crisis prevalecerá por sobre todas las cosas un gran activo social: “el aprendizaje”. Aprovechemos lo mejor que nos quedará, de modo tal que la célebre frase campechana a la cual nos acostumbramos estos últimos 30 años (casi resignadamente) “la culpa no es del chancho, sino de quien le da el afrecho” sea erradicada; nunca más echarle la culpa al chancho ni menos al que a punta de votos lo alimenta.









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